Para sorpresa general, el radical Raúl Alfonsín se imponía
claramente en las elecciones del 30 de octubre de 1983. En las campañas, había
menos publicidad y más militancia, fruto de la euforia y la esperanza.
La derrota de Malvinas, en junio de 1982, marcó el comienzo
del fin del Proceso de Reorganización Nacional, como ambiciosamente se había
autodenominado la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976. Desde ese momento,
empezaron los reacomodamientos de cara a las urnas. Las fuerzas políticas y
sindicales que ya habían comenzado a salir del letargo antes de Malvinas se
lanzaron decididamente a la calle, con un reclamo de libertad y justicia.
Desde el año anterior, se había iniciado la movilización
política y sindical ante el evidente desgaste del gobierno militar y su fracaso
económico. De hecho, la operación Malvinas nació del intento de la cúpula del
Proceso de buscar una salida al empantanamiento, recuperar consenso y hasta
conquistar la gloria.
A mediados de 1981 se había conformado la Junta
Multipartidaria, por iniciativa del líder radical, Ricardo Balbín, y con la
finalidad de negociar con el general Roberto Viola, que ocupaba entonces la
presidencia desde la cual había llamado a un "diálogo", obviamente
condicionado por las armas.
Poco después, desgastado, Viola fue remplazado por el
general Leopoldo Galtieri.
Los sectores sindicales más combativos, reunidos en la CGT
Brasil (la central sindical estaba dividida ente este sector y el dialoguista,
o CGT Azopardo) convocan a una marcha el 30 de marzo de 1982 a plaza de Mayo.
En la represión, hay un muerto y cientos de detenidos. La situación política y
social es muy tensa pero, 48 horas después, el 2 de abril, los militares
desembarcan en Malvinas.
La tregua con la sociedad durará hasta la rendición, el 14
de junio. Galtieri renuncia y asume el general Reynaldo Bignone que anuncia el
levantamiento de la veda política e intenta negociar con la Multipartidaria.
Pero ya no había freno posible a las demandas de apertura.
La hora de las urnas
Balbín había fallecido en septiembre de 1981. Era la hora de
Raúl Alfonsín, líder del Movimiento de Renovación y Cambio, corriente interna
del radicalismo, con la cual se impone primero como presidente del partido y
más tarde como candidato a presidente.
El 16 de diciembre de 1982, la Multipartidaria –integrada
por el justicialismo, el radicalismo, el partido Intransigente, la democracia
cristiana y el desarrollismo- congregó a 100 mil personas en una marcha en
reclamo de elecciones libres, por los desaparecidos y por los derechos
sindicales. Al frente iban Oscar Alende, Arturo Frondizi, Deolindo Felipe
Bittel, Carlos Contín y Francisco Cerro. Después del acto, cuando las columnas
sindicales, con Saúl Ubaldini al frente, quisieron llegar hasta Plaza de Mayo,
se desató la represión con un saldo de un muerto, el obrero metalúrgico Dalmiro
Flores –baleado por la policía frente al Cabildo- 80 heridos y más de 100
detenidos.
"Que se vayan, que se vayan..."; "Paredón,
paredón, a todos los milicos que vendieron la Nación"; "El que no
salta es un militar", "Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura
militar", eran las consignas que se empiezan a escuchar en la calle.
Se multiplican además los reclamos por los desaparecidos,
tanto internos como desde el exterior, por gobiernos extranjeros.
En febrero de 1983, Bignone anuncia la fecha de las elecciones.
El 28 de marzo, la CGT convoca a otro paro, en reclamo de
aumento salarial, pero también en recuerdo del paro del año anterior, cuando
había lanzado la campaña "Paz, pan y trabajo"
La situación económica era crítica. En enero, la inflación
fue de 16 %. La brecha cambiaria llegaría al 75% en los días previos a las
elecciones. El fracaso de la dictadura en esa materia era patente, con una
realidad mucho más grave que la de 1975. La caída del salario real había sido
brutal (representaba en 1983 el 50% de los niveles de comienzos del Proceso)
mientras que la deuda externa había pasado de 7.000 millones de dólares a
44.000 millones de dólares, para colmo por préstamos devorados por la
especulación financiera.
El Peronismo no podía perder
En el imaginario de la época, la derrota del Justicialismo
era algo inconcebible, porque el movimiento peronista había triunfado en todos
los comicios libres desde su creación y sólo había podido ser desplazado del
poder por la fuerza.
Pero la competencia electoral se pareció a la fábula de la
liebre y la tortuga. Mientras Alfonsín avanzaba sostenida y trabajosamente
hacia la meta, los dirigentes peronistas daban por ganada la carrera antes de
la señal de largada. Y así actuaron. En vez de abrir las puertas a la
participación, se encerraron en la cúpula a repartirse la piel de oso que aún
no habían cazado.
El 23 de agosto el Justicialismo proclama su fórmula
integrada por Ítalo Argentino Luder (1916-2008), que había sido presidente del
Senado durante la gestión de Isabel Martínez de Perón, y por Deolindo Felipe
Bittel (1922-1997), ex gobernador del Chaco y vicepresidente del PJ.
El binomio Luder –Bittel fue elegido por "consenso" del Congreso Nacional Justicialista reunido en el Teatro Lola Membrives. La elección era indirecta, por congresales votados en los distritos, pero el congreso fue hegemonizado por las 62 organizaciones del dirigente de la UOM, Lorenzo Miguel, quien calificó la reunión como "fabulosa".
Ese día se decidió impulsar también la candidatura de Antonio Cafiero a la gobernación de Buenos Aires, pero nadie contaba con Herminio Iglesias (1929-2007), sindicalista de origen vandorista y caudillo político en su distrito, Avellaneda, del que había sido Intendente. En definitiva, Herminio fue el candidato y Cafiero y la corriente que él representaba quedaron afuera de todo.
"Pacto" militar-sindical
Por una combinación entre la inteligencia de Alfonsín y su acertada estrategia electoral, la hipocresía de sectores de la sociedad que habían respaldado al Proceso y ahora necesitaban endilgar culpas a terceros, y la mediocre y antidemocrática conducción del PJ, el Peronismo, que había sido la víctima principal de la dictadura, quedó en el lugar de la sospecha mientras que la UCR encarnó los valores democráticos y antidictatoriales. La muerte de Balbín había contribuido a allanar el camino a la renovación del radicalismo, ya que Alfonsín había sido su rival histórico y no quedó mezclado en los enjuagues del viejo líder con la dictadura, a la que había facilitado varios intendentes. Alfonsín, además, había sido cofundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en el año 1975.
El candidato radical se anotó varios puntos cuando denunció el llamado Pacto militar sindical, un supuesto acuerdo de protección mutua entre esos dos sectores. No hubo pacto sindical–militar. No hacía falta. Además de que Luder apoyó la autoamnistía–"son derechos adquiridos que no pueden ser removidos", dijo-, el movimiento peronista, por historia e ideología, seguramente habría privilegiado la concordia por encima de la revisión del pasado, a pesar de las persecuciones de que sus líderes y militantes habían sido objeto.
Para una sociedad que rechazaba ya masivamente al Proceso, el voto a Alfonsín fue claramente la mejor alternativa, ya que el candidato radical logró presentarse como el más antidictatorial de todos.
Campañas y militancia
Las campañas eran más políticas y menos "publicitarias", en especial la del PJ. Alfonsín fue el primero en apelar a publicistas profesionales (su campaña la dirigió David Ratto), pero aún así se trataba de cuadros y simpatizantes de la fuerza, no de agencias "independientes". No había photoshop, se usaban fotografías tomadas en los actos: todo era más artesanal. Los afiches de campaña tenían mucho texto y por lo general no más de dos colores.
El peronismo, que no tenía candidatos carismáticos, puso el acento en las consignas políticas, las caras de Perón y Evita y la reivindicación del pasado ("Los años más felices fueron peronistas"). El radicalismo se centró en la figura de su candidato, en eslóganes y en una iconografía muy definida: desde el óvalo con los colores de la bandera y las iniciales R.A. que asimilaban Raúl Alfonsín con República Argentina, hasta el gesto del candidato que saludaba juntando las manos hacia el costado.
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