Describe el detrás de la escena, con historias sobre bolsos
con dinero, negocios con bonos oficiales y hasta lingotes de oro.
Tengo miedo. Por mí y por mi familia. Por lo que nos pueda
pasar. Necesito repasar los hechos de mi vida para saber cómo llegué a esta
situación. Siempre fui una militante de base, peronista y católica, preocupada
por la cuestión social.
Tengo miedo. El viernes 17 de mayo recibí una visita. Luego
de contarle a Lanata en Periodismo para todos algo de lo que vi durante los
años que trabajé en la secretaría privada de Néstor, y después de haber
testificado durante más de cuatro horas ante María Julia Sosa, la secretaria
del juez Julián Ercolini, me visitó Darío Díaz. El creador y director del
programa de protección a testigos quiso persuadirme de la conveniencia de
ingresar a ese programa, dado que, según su evaluación y la de otros colegas,
yo debía resguardar mi integridad y la de mi familia.
Si yo aceptara esa propuesta, si pasara a ser una testigo
protegida del programa, sería extraída de la “zona de riesgo”, llevada a un
destino geográfico desconocido para mí y para mi familia, donde nadie nos
conociera, y nuestros nombres y apellidos desaparecerían, cambiados por otros.
Un destierro en mi propia patria, que es lo que sentí, en el
fondo, luego de que fui echada de mis tareas en Casa de Gobierno y condenada a
un ostracismo que está lejos de concluir, en el que muchos de mis compañeros de
militancia de años fingen no haberme conocido, y tienen miedo hasta de
nombrarme, y muchos poderosos de hoy, que yo vi nacer y crecer económicamente
al amparo del ex presidente, me huyen como si transmitiera la peste.
Tengo miedo. Hoy, hasta que tome esa decisión, por sí o por
no, estoy custodiada por la Policía Metropolitana. Qué paradoja, que una
kirchnerista de paladar negro sea custodiada por una fuerza creada por el PRO.
Pero vivimos en la Argentina…
Cuando vino a verme, Darío Díaz fue muy amable y correcto,
me dio la mano firme. En mi estado de hipersensibilidad no pude descubrir si
ese apretón era sincero o una especie de subrayado que el hombre imprimía a su
gesto para que yo confiara en él.
¿Puedo confiar en alguien? No lo sé. Mi experiencia me indica
que no. El único hombre de la política en quien confié siempre está muerto. Y
tal vez ahí empieza toda mi desgracia.
¿Puedo confiar en un funcionario que es parte del gobierno
que me destrató y al que temo? Díaz me dice que su programa depende del Ministerio
de Justicia, pero que no informa a éste. Me dice también que el Tribunal
Internacional de La Haya destacó a su programa, estimándolo superior a los de
Colombia y los Estados Unidos.
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