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viernes, 7 de junio de 2013

El miedo a Cristina

Les grita a todos, incluidos los más leales. El cruce con Moreno. Los retos a Zannini. Las chicanas a Gils Carbó.

Las actuales rabietas de Cristina Fernández resumen sus propios fracasos. Se la agarró en público con Daniel Scioli porque no la defiende de las denuncias de corrupción. Pero en privado también le pasó la factura al zar del juego K Cristóbal López. Un empresario amigo citó la frase clave de la Presidenta: “Ahora mirás para otro lado, ¿eh?; quiero ver qué hacés cuando te toque a vos”, lo corrió con las peripecias que debe afrontar su colega Lázaro Báez. El empresario le había quitado hace poco otra preocupación a la Presidenta, un tanto más banal: financiar a Marcelo Tinelli para que no calentara la pantalla con su humor crítico antes de las elecciones, como en el 2009. No sirvió de mucho: ahora el dueño del rating es un periodista, Jorge Lanata, hoy estrella del Grupo Clarín, la pesadilla de cabecera de Cristina. No hay Fútbol para Todos que pueda conformar a Olivos. Como para no ponerse de mal humor.


Sobre las abundantes denuncias de corrupción, Cristina debió digerir otro sapo: el martes 15, el juez Ariel Lijo rechazó el sobreseimiento de Amado Boudou en la causa que le sigue por “abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público en el marco de la compra de acciones de la ex imprenta Ciccone”. La orden de Gobierno había sido presionar al juzgado federal para liberar al vicepresidente de semejante carga.

Otra aliada, casi amiga, que iba a servirle de frontón a Cristina era Alejandra Gils Carbó, procuradora general de la Nación, sospechada de instigar a los fiscales a borrar a Lázaro Báez de la imputación por presunto lavado de dinero. “Vos me tenías que defender a mí y ahora resulta que tengo que salir a protegerte de tus propios fiscales”, le disparó la Presidenta con sombría ironía. Ni más ni menos: entre los designados por Gils Carbó, 11 fiscales subrogantes no tienen acuerdo del Senado y 18 ni siquiera pasaron por concursos, irregularidades formales que desataron una virtual rebelión en el ministerio público y podrían ampliarse hasta la figura penal del incumplimiento de los deberes de funcionario público. La procuradora fue puesta ahí por Cristina para empezara experimentar la Justicia adicta.


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