Un análisis cáustico
del último llamado al progresismo lanzado por los intelectuales de Carta
Abierta, que ven al país amenazado por el orden conservador y neoliberal. Y una
advertencia sobre lo que hoy es estatizar.
En el amable
diálogo que con frecuencia se sostiene en el campo intelectual argentino, el
llamado de los miembros de Carta Abierta a todos los que sin ser
partidarios del gobierno por su profesión de fe progresista deberían
acudir en la defensa de la patria, ha concitado respuestas varias de tono
mesurado y respeto académico.
Un espíritu
corporativo traducido en consideraciones recíprocas siempre deja una puerta
abierta para que más allá de futuras discrepancias exista la posibilidad de
eventuales coincidencias. Depende de cada uno aprovechar el gesto y la
oportunidad brindados.
Prácticamente
no hay intelectual emancipado que pueda oponerse a medidas como la resurrección
del IAPI,
como tampoco resistir por principio a todas las medidas nacionales y populares
que el kirchnerismo implementó desde que es gobierno.
Por eso se
decía que había ganado la batalla cultural.
Corazón
herido. Mientras que
desde las filas oficiales hacen un llamado a intelectuales progresistas para
unirse a su lucha contra el orden conservador y neoliberal, en la otra orilla,
las corrientes afines a la socialdemocracia y a los valores republicanos,
desestiman la invitación, pero no porque el objeto del convite sea un
mamarracho, sino porque a pesar de la supuesta nobleza del trofeo –el IAPI-
desean que el kirchnerismo letrado abra su corazón herido y haga una
autocrítica pública. Que se humillen un poco, que pidan perdón por la variedad
de denuestos lanzados durante años cuando iban por todo.
Y a pesar de
que entre los miembros de la susodicha Carta hay voces que proponen un acto de
profunda constricción para crear el ámbito de un intercambio de opiniones
respecto del giro actual de los acontecimientos –para resumir: Milani y FMI- las vestiduras no se
rasgan y menos fuera del vestuario.
Es una
ingenuidad a dos voces compartir el tamaño de esa esperanza.
Darle a este
Estado y a este gobierno el control del comercio exterior, no es luchar contra
la subfacturación de las exportaciones y la sobrefacturación de las
importaciones, contra los monopolios y el imperio agroganadero por el uso y
distribución de los saldos en divisas, sino la de correr un velo en nombre de
la soberanía popular para ocultar una nueva fuente de recursos para La Caja y
los bolsillos de la casta dirigente.
El ente
creado en 1946 funcionó mal que bien hasta llegar a funcionar sólo mal, y debió
recibir subsidios para colmar el gran déficit que tenía. Porque el organismo no
sólo existe para quedarse con el sobrante entre el precio local y el
internacional del producto, sino que debe también subvencionar al productor
rural si los precios internacionales caen.
Imaginemos
que llegamos a una inflación del 40% -estamos cerca– y que el precio
de la soja caiga por oscilaciones del mercado en otro 40%, ¿qué pasaría?
Habría que
ir en socorro del IAPI, y qué mejor solución que la eterna rueda de auxilio del
Ansés con la caja semivacía de los jubilados en ayuda de las cerealeras.
Todo en nombre de la defensa de la patria.
De todos
modos estas cuestiones deberían ser analizadas por profesionales especializados
con un poco de imaginación patafísica ya que de nuestra economía se trata, y no
por el hombre común o el generalista mediático.
Pero me
atrevo a sugerir que cualquier organismo que se estatice se suma a lo que
aconteció con YPF, Aerolíneas Argentinas, con los servicios de luz, con el Indec, con los transportes, con las
tierras de El Calafate, con los Bonos de Santa Cruz, con el Consejo de laMagistratura,
con los servicios de seguridad, con los planes Trabajar, con las cuentas de los
gobiernos provinciales afines, con las declaraciones juradas de funcionarios,
con el Sigen,
con el FPT, con
todo lo que el kirchnerismo estatizó. Por eso el problema es el objeto
mamarracho que ahora se propone implementar según el ideal venezolano de los
integrantes de Carta Abierta. Y poco sentido tiene antes de adorar un viejo
totem, pedir turno a la espera de que hagan una autocrítica, ni que nos
endulcen la vida con frases como “deberíamos abrir un debate….”, “merece una
reflexión profunda…”, “la complejidad de los procesos…”,etc.
La guerra
total. Cuando uno se
ha iluminado desde chiquito con la idea de que el mundo está en la última fase
de una guerra total, y que hay dos bandos enfrentados: los pobres y los ricos,
el tiburón y las sardinas, la derecha y la izquierda, los genocidas de allá y
de acá, el saqueo pirata de los cuatro elementos primarios, entonces, por el
contrario, no hay nada complejo en qué pensar, nada que merezca demasiada
reflexión, todo es muy simple.
Lo hay que
hacer es bancar a Milani, bancar la devaluación, bancar al Fondo, y hasta bancar…a ¡Scioli!,
si la causa se puede salvar.
Para muchos
la lucha continua, porque a la nacionalización del comercio exterior, se le
suma el control de precios y el llamado a ir a la calle y apretar a los
especuladores, salir con palos a gritar a la puerta de los hiper, botonear el nombre de los dueños de empresas,
denunciarlos, mostrar sus caras en afiches, llamar por teléfono a la Presidenta
porque aumentó el jabón en polvo en el Disco de Villa Lugano.
No puede
ser, dicen los indignados, que los precios cuidados se descuiden. No hay razón
alguna para que en un lugar veinte y en otro treinta. La codicia de los
comercializadores, de los intermediarios, de los comisionistas, de los
acopiadores, de los distribuidores, no tiene límite. Jóvenes de La Cámpora y veteranos
de la Biblioteca Nacional están preparados para atrapar a quienes se apropian
de excedentes indebidos en la cadena de valor.
La cadena. Todo el mundo habla de la cadena de
valor, no hay candidato, periodista, economista, gremialista, que no diga que el
problema reside en este nuevo cáliz sagrado que es la cadena de valor. No tengo
más remedio que anunciar algo triste, grave…la cadena de valor ha dejado de
existir. No está, se fue, dejó a sus eslabones solitos, flotando en el vacío.
No sólo la
cadena de mando se rompe en situaciones de anarquía, sino también esta nueva
cadena se rompe toda cuando no hay cálculo posible sobre lo que vendrá, cuando
la inflación se estima entre el 30 y el 50%, cuando se vienen las paritarias
cuyos aumentos pueden ser 25, 30, 35, 40%, de acuerdo al gremio, cuando el
ministro de Economía anuncia que los subsidios en los servicios se cortarán
para muchos y que el salto en la facturación puede ser 100, 200 o no se sabe
bien cuánto por ciento arriba del precio anterior, cuando el dólar está quieto,
dormido, descansando, pero si la inflación aprieta una nueva devaluación antes
de agosto va a ser inevitable, si las tasas se van a las nubes y se mata el
poco crédito que había, si cada día los funcionarios anuncian una medida de acuerdo
a los avatares del día anterior; en síntesis, si vivimos en una economía en la
que todo puede pasar, no hay que hacer un gran esfuerzo ni ser perito mercantil
para imaginar que una planilla de costos, una lista de precios, una reposición,
un programa de producción, dependerá de lo que nos diga el I Ching.
Los alumnos
de topología avanzada pueden entender que en el nudo Borromeo cuando se suelta uno de tres aros
engarzados, los otros dos se desprenden con más ímpetu que en un desparramo de
la santísima trinidad. En este caso particular el anillo que se soltó es
el dólar. No hay precios, no hay moneda, no hay plazos, no hay crédito, no hay
proyecto.
Por eso no
hay cadena de valor, porque toda cadena implica una secuencia temporal, y en
una economía como la argentina, el factor tiempo está fuera de quicio. Ya lo dijo Hamlet: “the time is out of joint”, sin
jamás imaginarse que la frase se aplicaba al Modelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario